La ocasión pedía a gritos un discurso levantado, ecuánime y sereno, de la presidente de los argentinos. En cambio, el de anoche, con ese tonito admonitorio tan común en ella, se pareció más a la clase de una maestrita de Siruela --que no sabe y pone escuela-- que a cualquier otra cosa.
Abundaron los lugares comunes del clásico resentimiento "progresista" y faltó la ecuanimidad de los verdaderos hombres de Estado. Nadie pretendía que el gobierno cediese ante los reclamos del campo, sino que convocase al diálogo y alentase una solución negociada.
Nada de eso dijo Cristina Fernández siguiendo, al pie de la letra, el clásico discurso confrontativo que le dictó el verdadero jefe de Gobierno: Néstor Kirchner.
La reacción ante tanta soberbia y desfachatez fue el cacerolazo que resonó en buena parte del país minutos después de haber hablado la presidente.
Visto en LNP
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