lunes, junio 25, 2007

Verguenza: Sufragar desde una silla de ruedas puede ser una pesadilla

Esta nota extraída del Diario La Nación demuestra lo difícil que es la vida para los discapacitados. Para relexionar...

Sin rampas, la acción llegó a las veredas
Lunes 25 de junio de 2007 Publicado en la Edición impresa
"La cargamos con la silla, ¿no prefiere?" María Marta Castro lleva 20 minutos esperando en la puerta de la escuela Casto Munita, en Belgrano, que le bajen la urna para poder votar. Y, no, no prefiere que la lleven en andas.
Ya la cargaron en la primera vuelta, ahora espera que el Superior Tribunal de Justicia porteño cumpla con su promesa: quiere votar sin bajarse de su silla de ruedas y sin que nadie la levante.
La Justicia afirma que el hecho de que no haya rampas no es impedimento para ello. Por eso, el Superior Tribunal rechazó un amparo de la organización civil Acceso Ya, que había reclamado adecuar las escuelas para que todos pudieran llegar al cuarto oscuro. Esta organización denunció que el 95 por ciento de los colegios privados y el 75 por ciento de las escuelas públicas no son accesibles para discapacitados.
A María Marta Castro, víctima de una esclerosis múltiple, no le importa que haga frío. Estoica, espera en la vereda junto con los seis escalones sin rampa de la escuela de la calle Cuba, frente a la mirada condescendiente de tres gendarmes que ofician de porteros. "Ya le avisamos al representante del tribunal. Están llamando para ver qué hacen", informan.
Minutos después, un fiscal de Pro se acerca con una oferta: "Lo que podemos hacer es que usted le diga a alguien a quién quiere votar y le traen la boleta. La pone en el sobre y lo llevamos a la urna". María Marta conversa con su madre. No le entusiasma la idea. Elige seguir esperando.
Llegan, finalmente, los representantes de la justicia electoral. "¿Por qué no quiere que la carguemos?", insiste uno de ellos. "Entienda. No podemos sacar la urna", le advierte una funcionaria judicial. Ellos conocen el fallo del Superior Tribunal que ofrece alternativas tales como llevar la urna hasta la puerta o armar un cuarto oscuro volante, pero reconocen que no saben cómo hacerlo efectivo.
María Marta lleva 25 minutos afuera cuando llega a votar Abner Chanson, de 37 años, también en silla de ruedas. Entre cuatro lo suben y lo acompañan a un cuarto oscuro de la planta baja. La mesa que le tocaba a él estaba en el primer piso -definitivamente inaccesible- así que resuelven bajarle la urna. Votará en una mesa femenina.
Mientras Chanson, presidente de la Sociedad de Ataxias de la Argentina, vota, su madre protesta. "Hay que tomar conciencia: una escuela sin rampa es una barbaridad."
María Marta había pasado la media hora en la vereda cuando un gendarme caminó hacia ella con una frazada. Detrás, otro cargaba un pupitre y dos pilas de boletas. Habían resuelto armar un cuarto oscuro en la vereda.
A las 15 en punto, María Marta salió de detrás de la frazada con su sobre cerrado, estiró el brazo y puso su voto dentro de la urna, que nunca cruzó la puerta de la escuela. "Quería probar el sistema -dijo-. Costó, me morí de frió, pero funcionó."
Por Paz Rodríguez Niell De la Redacción de LA NACION

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